Hay dos clases de personas: los seres humanos y los socios. Hablar
de la humanidad sobra, lo que hace falta, es hablar de esos accionistas adeptos al materialismo y todo lo relacionado, mismos gestores de ideas abstractas y
corrompidas como la religión y la política, que no ha servido sino a sus
cómplices y secuaces. Que este tiempo de introspección sea de provecho, no de
pánico ni de miedo, como cuando uno venció ese prejuicio satánico de que la
sombra se oculta o se cambia, lo que en palabras más coloquiales significa:
aceptar los defectos tanto como se pregona el ego. Les daré una lacónica visión
de un acostumbrado encierro. La televisión pública es un asco, repugna la
ignorancia emocional de los dramas o la mediocridad de los medios de
comunicación, el morbo de la lujuria pasó a la glotonería o se quedó en recreos
playeros de competencias estúpidas, y todo eso en pos de los mercados que
imponen estilos de vida y un consumismo productor de basura. El radiotransmisor
murió, esos locutores parecen loros repitiendo las sandeces por cuales les
pagan, les falta el carácter de Willian Copper o George Carlin, esos que se
atrevieron a denunciar a esas élites ocultas tras sus planes, como el club Bilderberg
que anualmente reúne a masones mundiales ejecutando su agenda. Fue muy
descarado Bill Gates hace cinco años cuando anunció que la futura guerra mundial
no sería con bombas atómicas sino con virus, justo por ese tiempo, también la
que era directora del fondo monetario internacional, se atrevió a decir que los
ancianos eran un riesgo para la economía mundial y que debía hacerse algo ¡Y
ya! Por no mencionar la xenofobia y brutal sicopatía de gerentes y dueños del
mundo. He dicho nada de miedo, de eso se alimentan, de una densa vibración en
las más bajas frecuencias y, por ende, de aquel portal inter-dimensional que es
el cuerpo humano, presas y depredadores en el devenir de una inmisericorde
competencia, de esa pugna o ese amor que se despliega a cada instante, el
devenir, la incertidumbre, la fe. He visto las mejores personas en condiciones
muy tristes, por eso me ofende la impunidad de los corrompidos asociados en el
negocio de la vida, por lo que en rebeldía con mi género y en solidaridad con
esa fauna propia, vale la pena ser vegetariano, no ser esclavo de un banco o
súbdito de una mafia, ni cómplice de un sistema egoísta e hipócrita, o sus
gobernantes iniciados en la reverencia y respeto a un dogma podrido o un rito
caduco. Mejor es hundirse en melodías musicales de géneros fuera de lo popular
o comercial, abstraerse en películas y demás visiones ajenas de la existencia,
buscar pinturas y obras de arte, ojearlas en páginas de una perspectiva
dedicada a la musa creativa y su divina o profana creación. No ha cambiado nada
en este ostracismo, cosa diferente para aquellos claustrofóbicos o menesterosos
de las multitudes y los espacios públicos, no imagino el desespero de esa carestía
social, mucho menos el abandono del habitante de calle, o el necio inmigrante
que cree que este gobierno es mejor que el suyo, estamos en el nuevo orden
mundial. No es el fin del mundo, tampoco han regresado los alienígenas ancestrales,
ni un asteroide va a colisionar con el planeta, así que un agente patógeno
mucho menos lo va a hacer, los pastores necesitan el rebaño y prolongarán su
suplicio. Hay tiempo para ver esa serie pendiente, de aprender algo nuevo, ver documentales
y hasta para revolcar el más recóndito rincón del hogar, hacer lo ordinario de
otra manera que sea fenomenal, no como fantasmas ni demonios o sombras, sino de
esas sensaciones, ideas, sentimientos que se reciben como si nos lo
transmitieran de otro plano. Por eso entre los amañados a las cosas de este
mundo, y los evadidos en fantasías, me quedo con los utópicos y soñadores, bien
dijo un poeta y dramaturgo: prefiero un vicio tolerante a una virtud obstinada.
Los convencidos de esta realidad suelen distorsionar el mensaje del cosmos, los
perdidos estamos al margen de una enferma sociedad, dada a los traumas en lugar
de las quimeras, por lo que no me extraña que estén perdiendo la razón de
tanto encierro o ansiedad por la calamidad.