martes, 31 de marzo de 2020

UN RATO DE TRES SEMANAS


Hay dos clases de personas: los seres humanos y los socios. Hablar de la humanidad sobra, lo que hace falta, es hablar de esos accionistas adeptos al materialismo y todo lo relacionado, mismos gestores de ideas abstractas y corrompidas como la religión y la política, que no ha servido sino a sus cómplices y secuaces. Que este tiempo de introspección sea de provecho, no de pánico ni de miedo, como cuando uno venció ese prejuicio satánico de que la sombra se oculta o se cambia, lo que en palabras más coloquiales significa: aceptar los defectos tanto como se pregona el ego. Les daré una lacónica visión de un acostumbrado encierro. La televisión pública es un asco, repugna la ignorancia emocional de los dramas o la mediocridad de los medios de comunicación, el morbo de la lujuria pasó a la glotonería o se quedó en recreos playeros de competencias estúpidas, y todo eso en pos de los mercados que imponen estilos de vida y un consumismo productor de basura. El radiotransmisor murió, esos locutores parecen loros repitiendo las sandeces por cuales les pagan, les falta el carácter de Willian Copper o George Carlin, esos que se atrevieron a denunciar a esas élites ocultas tras sus planes, como el club Bilderberg que anualmente reúne a masones mundiales ejecutando su agenda. Fue muy descarado Bill Gates hace cinco años cuando anunció que la futura guerra mundial no sería con bombas atómicas sino con virus, justo por ese tiempo, también la que era directora del fondo monetario internacional, se atrevió a decir que los ancianos eran un riesgo para la economía mundial y que debía hacerse algo ¡Y ya! Por no mencionar la xenofobia y brutal sicopatía de gerentes y dueños del mundo. He dicho nada de miedo, de eso se alimentan, de una densa vibración en las más bajas frecuencias y, por ende, de aquel portal inter-dimensional que es el cuerpo humano, presas y depredadores en el devenir de una inmisericorde competencia, de esa pugna o ese amor que se despliega a cada instante, el devenir, la incertidumbre, la fe. He visto las mejores personas en condiciones muy tristes, por eso me ofende la impunidad de los corrompidos asociados en el negocio de la vida, por lo que en rebeldía con mi género y en solidaridad con esa fauna propia, vale la pena ser vegetariano, no ser esclavo de un banco o súbdito de una mafia, ni cómplice de un sistema egoísta e hipócrita, o sus gobernantes iniciados en la reverencia y respeto a un dogma podrido o un rito caduco. Mejor es hundirse en melodías musicales de géneros fuera de lo popular o comercial, abstraerse en películas y demás visiones ajenas de la existencia, buscar pinturas y obras de arte, ojearlas en páginas de una perspectiva dedicada a la musa creativa y su divina o profana creación. No ha cambiado nada en este ostracismo, cosa diferente para aquellos claustrofóbicos o menesterosos de las multitudes y los espacios públicos, no imagino el desespero de esa carestía social, mucho menos el abandono del habitante de calle, o el necio inmigrante que cree que este gobierno es mejor que el suyo, estamos en el nuevo orden mundial. No es el fin del mundo, tampoco han regresado los alienígenas ancestrales, ni un asteroide va a colisionar con el planeta, así que un agente patógeno mucho menos lo va a hacer, los pastores necesitan el rebaño y prolongarán su suplicio. Hay tiempo para ver esa serie pendiente, de aprender algo nuevo, ver documentales y hasta para revolcar el más recóndito rincón del hogar, hacer lo ordinario de otra manera que sea fenomenal, no como fantasmas ni demonios o sombras, sino de esas sensaciones, ideas, sentimientos que se reciben como si nos lo transmitieran de otro plano. Por eso entre los amañados a las cosas de este mundo, y los evadidos en fantasías, me quedo con los utópicos y soñadores, bien dijo un poeta y dramaturgo: prefiero un vicio tolerante a una virtud obstinada. Los convencidos de esta realidad suelen distorsionar el mensaje del cosmos, los perdidos estamos al margen de una enferma sociedad, dada a los traumas en lugar de las quimeras, por lo que no me extraña que estén perdiendo la razón de tanto encierro o ansiedad por la calamidad.

EL CASTILLO DE LOS PIRINEOS

EL CASTILLO DE LOS PIRINEOS
donde habito (salido de mis sueños)

MAIAA

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