jueves, 22 de abril de 2021

LA ABUELA CÓSMICA

 


Los ermitaños y profetas no siempre fueron famosos e importantes, generalmente quienes han desafiado toda autoridad terrena y mortal, han sido relegados al ostracismo o simplemente fueron aniquilados de la historia. No importa la ubicación ni el tiempo, todos los anacoretas que evitaron el contacto humano perecieron en el anonimato, sólo aquellos quienes llegaban a sus remotas ermitas o cavernas, alcanzaban a vislumbrar a los hombres que tildaron de santos, cuando sólo eran hombres y mujeres dadas a los misterios de la naturaleza y la humanidad. Aquella anciana de aspecto frágil, no lo era tanto, se movía con rapidez y tenía fuerza de sobra, para ser honesto, su vitalidad superaba la mía por mucho. Primero me llevó a buscar los materiales requeridos, había que caminar mucho, rebuscar entre matorrales y bajo tierra, para ello escavaba con un palo que encontró por ahí. Su cayado era sólo para caminar, tenía un precioso pomo de un cristal pulido y brillante enredado al bastón como una raíz abrazando la tierra. Regresamos justo al atardecer, el fuego en su refugio le confería esa magia ancestral ya extinta, el impoluto ambiente permitía ver y escuchar lo que decían las sombras en el humo, incluso el crepitar del fuego era parte de la charla entre elementales. Mi salvadora, hablaba en un idioma muy extraño, no tuve forma de capturarlo pero luego con una regresión lo reprodujimos. No le entendía nada, no obstante, en lo básico era fácil comprender lo que quería que hiciera, como sentarme, comer, avanzar, tomar algo, o lo que fuera que requiriera. En ciertos momentos parecía como si sus palabras en lugar de decir algo, me estuvieran conjurando, podía ver imágenes en mi mente, proyecciones de la suya, como si pudiera entrar en mi mente y observar lo que allí pugna, pues según entendí, todo allí está conectado al corazón. Elaboraba una poción, a diferencia de las pócimas en el cine, el aroma de ésta era algo nunca antes percibido, ni siquiera descrito. Estaba exhausto. La luz del día se iba matizando hacia la nocturna irradiación de la luna, los infrarrojos colores de un moribundo sol en el horizonte, los pintaba con un fantástico esplendor salido de un cuento de hadas. Hasta la oscuridad se teñía con lejanos púrpuras y rosados reflejados en las nubes y la bóveda celeste. Su vasija de barro hervía en el fogón de piedra, gorgoreaba al bit de una invisible música que se colaba en nuestra dimensión, al cual ella respondía con un tarareo gutural como los esquimales. Tomó el recipiente con un trapo de cuero y sirvió dos porciones en unas copas de totumo, el cual no se calentó como solía hacerlo la porcelana. El espeso líquido aún hervía y humeaba. Imité con mucho respeto lo ceremonial de su trato con la bebida. Me senté sobre mis rodillas, tal como ella lo hizo, y ofrecí mi bebida a una omnisciente deidad en lo alto mientras bajaba mi cabeza y mirada. Le di un par de giros en círculo y volvía a ofrecerla a los puntos cardinales, giraba sobre mis rodillas y repetía lo que podía de sus palabras, no podía pronunciar tan sagrada lengua. Bebí el brebaje, olía delicioso pero su sabor era amargo y metálico. No pasó mucho tiempo para alucinar, vi toda clase de cosas que dejaron los indígenas en su arte, sentí morir y renacer de nuevo, comprendí que nada hay afuera que no se halle en el interior, así la enfermedad se erradica y la paz se radica. Me quedé dormido viendo a la señora levantando sus manos hacia las estrellas, miraba como esperando algo. Soñé aterradoras y fantásticas cosas, pero desperté tirado en el suelo a las afueras de la pequeña ciudad amazónica. Seguro que iba a morir, me perdí en lo profundo de la selva hace dos semanas, vagué por varios días hasta que me encontré a esa dulce anciana, ya dije todo lo que me acuerdo, no tengo idea de su nombre o locación, y si lo supiera, no les diría dónde vive la abuela cósmica.

EL CASTILLO DE LOS PIRINEOS

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donde habito (salido de mis sueños)

MAIAA

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