lunes, 27 de julio de 2020

EL VANO SACRIFICIO DE UN CARACOL

Ya días antes se me había anticipado el karma. Caminaba con una amiga, cuando en un jardín vio un caracol posado sobre una hoja, una señora que pasaba por allí nos contó que una vecina solía matarlos porque se le comían el palo de café. Yo sin pensarlo, dije lo mala persona que debe ser esa señora, pues su prioridad es su propio beneficio sin importarle el orden natural, acondicionada en su forma de pensar y de actuar, no tenía el menor decoro en pensar que aquel gasterópodo era un ser vivo como ella. Los insectos no son insignificantes, de no ser por la cucaracha común que es tratada de plaga, los detritívoros serían vistos como la solución a grandes cantidades de basura que producen con su insostenible consumo, además, temen tanto a la muerte que su consciencia ignora el microcosmos en el interior del ser humano, que en vida es un compendio de células y en la muerte hace otro proceso llamado autolisis. Continuamos nuestro camino y el molusco igual, pensaba en las veces que yo mismo he pisado uno que otro (sin intención) generando la culpa que me asola, que me deprime por mi falta de atención y cuidado, por no intuir que la vida depende de mí. Dejé a mi amiga en la puerta de su casa, me despedí de ella sin poder decirle que la quería, me quedé absorto en mis pensamientos y sobre todo en mi trauma, en la impotencia ante el cruel destino de los animales que alimentan a otros animales, y peor en el caso de quienes fuimos bien instruidos en la agricultura, vegetarianos por naturaleza y reducidos al artificio, al holocausto de nobles seres que no tienen pecado más que servir a una sociedad desalmada. La prioridad de mi amiga son sus hijos y su trabajo, no hay tiempo para perder con un perdedor como uno, alguien condenado a una vida mortal siendo un espíritu trascendental. Regresé a mi arrendada habitación, a meditar entre la diferencia de un insecto chupasangre como un zancudo o una pulga, y la araña que se alimenta de ellos, la manera natural de protegernos contra las enfermedades de plagas, como la que devastó a Europa o las que aniquilaron a los nativos americanos durante la conquista. Contrariado entre la bondad propia en el corazón humano y su menester por la ajena aceptación, pedía perdón por todas esas criaturas que han perecido en mis manos y bajo mis pies, nunca fue mi propósito acabar con sus vidas, es mi condición humana la que lleva ese instinto asesino, el cual puedo frenar a la hora de comer y en muchas ocasiones cuando puedo devolverlos a la naturaleza. Desde la época de que los dípteros transmiten zika, el chikungunya, leishmaniosis y otros males, uno pide a su espíritu colectivo que se distancien, de lo contrario uno termina enviándolos a la luz a que se reincorporen a la vida en un ser que no se alimente de sangre, ni que cause enfermedad y dolor. Absorto en mis pensamientos, fui sorprendido y casi asustado por el teléfono, no me llaman tan frecuente como a otros, y menos para sólo saludar, siempre hay algo de debo hacer como mi empleo. Me pidieron el favor de acompañar a una amiga, y me citó a las 7:Pm, media hora luego de la llamada. Salí justo a tiempo y al lugar indicado, me volvió a llamar para disculparse por su demora, y le dije que la esperaría un poco más, sin saber el motivo de su retraso. Me fui a sentar en una banca, y fue cuando la desgracia tocó mi destino. ¡Pisé un caracol! Me enfurecí, no sólo por la falta de palabra y comprensión de mi amiga, sino también por mi maldita suerte, la prioridad es el egoísmo de lo que fuera que estuviera haciendo. Me dijo que en quince minutos llegaba, y ya llevaba el triple allí sentado en el frío. Le escribí un mensaje y no contestó, así que decidí regresar a mi cuarto. Ya me había quitado la ropa y metido a la cama, cuando llamó, ya estaba allí, que la perdonara porque entró a la iglesia, le dije que sí, pero que no saldría, oraba por el caracol.

EL CASTILLO DE LOS PIRINEOS

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donde habito (salido de mis sueños)

MAIAA

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