Una cosa es querer morir y otra muy diferente querer matarse,
en la primera es hallar el destino mientras en la otra es la voluntad. Marion
no sólo estaba cansada de la rutina, estaba deprimida. Su cabeza le dolía y se
reclinó hacia atrás en su silla para tomar aire. Mirando al techo imaginó un
infarto y el consecuente film tras ello, la atención de sus enajenados
compañeros y el miedo de una que otra persona sensible. La habían montado en
una ambulancia y la llevaban de urgencia a un hospital mientras la reanimaban,
no era como en otros países donde vehículos de emergencia tienen su carril, la
prioridad debe abrirse paso entre autos estancados en trancones. Su corazón
fallaba pareciéndole poco dolor frente a las decepciones de la vida, fracaso
tras fracaso tenía una gran cosecha de dramas y tragedias, no sólo por la
natural muerte, también la traición y el mal en su máxima expresión. A pesar de
todo eso, conservó su párvula imaginación, la misma que ahora la tenía en una
ambulancia rumbo a una sala de emergencias, definitivamente no estaba sentada
en una silla giratoria ni mucho menos haciendo cuentas para el dueño de la
empresa. El teléfono sonó. De nuevo a la realidad, de la alarma de las sirenas al
fastidio del cliente, ellos siempre son una molestia, nunca conformes, todo el
tiempo queriendo algo mejor. Escuchaba un consumidor pensando en tener un arma
y dispararse, dejar el drama para las novelas y pasar de lleno a una película
de horror como lo era su vida. Su experiencia en un call center le ayudó a
tener calma, la compostura era esencial, y con toda la decencia del caso, mandó
a ese sujeto a la mierda. Volvió a su hoja de trabajo, extraía datos de una
base donde se almacenan y llenaba los espacios en blanco como le habían
requerido, estudiar análisis de sistemas para terminar esclavizada en la nómina
de un banco que no hace nada más que estafar. Para rematar, sobre más trabajo
venía un chocolate y una rosa con una nota: Para la más encantadora compañera
de trabajo. Firmada con un garabato, si era una firma seguramente debería ser
un esquizofrénico. Miró por encima del módulo e intentó adivinar quién de ellos
la estaba acosando desde hace más de dos semanas, quizás era alguna de las
pervertidas detrás de la elegancia. Tiró la nota al cesto y se guardó el
chocolate, la rosa la llevó al baño y la puso en un vaso desechable, y éste lo
puso sobre un borde donde nadie la voltearía. Regresó a su cubículo y continuó
su jornada, hasta la hora de salida, un alivio para su alma, ese pedazo de magia
en su ser. La soledad le enseñó lo valiosa que ella es, por eso no sucumbía a los
sentimientos oscuros, más bien, descubría allí una luz que relucía en el
infinito, el secreto que se les escapa a los demás, el mismo que usan aquellos
exitosos o famosos, sólo que por esfuerzo más que por merecerlo. La incertidumbre
va de la mano con la fe, la duda no debe resolverse sino que tiene que
expandirse en direcciones nunca concebidas, por eso Marion cuando hacía planes
nada le salía como lo había pensado, mientras que cuando seguía sus instintos
obtenía más de lo que se había imaginado. Como esa noche, que caminado sus
ideas entre acciones y expresiones de las personas que observa, literalmente se
estrelló con un exnovio, más que efecto del azar quería saber de él, lo había
soñado semanas antes, lo vio cruzar por un malecón, pero antes de poder decirle
algo se despertó. Ahora lo tenía allí, necesitaba un beso más que un abrazo, lo
recordaba desnudo. Él también estaba sorprendido con esa mujer sensual, ya no
era una chica, ahora lucía espectacular, y eso que sólo vestía para la oficina,
pero no podría verla de gala, estaba casado, y le mostró el anillo. Se sintió
bien por él, ella no presentía que estaría mejor tan pronto el hombre se
perdiera entre el gentío, no vería cómo un ladrón la asesinaba por no dejarse
robar.