jueves, 4 de junio de 2020

LOS LOBOS CON PIEL DE CORDERO NO QUIEREN A LOS ÁNGELES CON GARRAS Y COLMILLOS

Cuando entró en la biblioteca esperaba ver un ratón, no una rata, y no de esas que adoran los budistas o hinduistas en sus templos, sino de esas con corbata que sobran en congresos y demás lugares donde operan. Los gatos habíamos hecho una tregua con los ratones, los hombre ya se habían extinguido en sus guerras yos enseñaron que la guerra es inútil, así que las monarquías de los ratones y los gatos llegaron a un acuerdo, se distribuyeron las autoridades y cada uno gobernó en su reino. Los espacios comunes se transformaron en un verdadero karma, la naturaleza de los ratones y los gatos era inflexible, los primeros con miedo y los segundos orgullosos y vanidosos, lo que derivó en pequeños disturbios al principio, pero tan pronto reyes y reinas mostraron a todos su alianza, nadie tuvo cómo justificar sus malos actos, todos debían cooperar para no terminar como los humanos. Hubo ejemplos donde se ajusticiaron gatos y ratones por igual, no importaba si fueran de nobleza o del pueblo, estaban desvirtuando las jerarquías, y en eso insistían las élites de ambas especies, quienes aprendieron el lenguaje de la ya desaparecida humanidad, pudieron llegar a un acuerdo hablando el mismo idioma y siguiendo el mismo propósito. Heredaron de los acaecidos sus técnicas de cultivo y decidieron ser vegetarianos, los gatos ya no eran depredadores y los ratones dejaron de ser una plaga. Éste ejemplo surtió un efecto dominó en todo el mundo, tanto en mares como en tierra, los que no pudieron cambiar su esencia se convirtieron en seres monstruosos que fungían como verdugos, allí eran arrojados aquellos que rompían el balance, la armonía era primordial y no podían darle el lujo que llevó a la sociedad humana a desaparecer. Volviendo al templo de la sabiduría, fue estremecedor no encontrar al ratón de laboratorio en su habitual puesto, en su lugar estaba otro roedor más grande, el blanco había sido desplazado por una parda y agresiva criatura, aunque vistiera de traje, carecía del encanto que caracterizaba a su predecesor. Le iba a pedir una recomendación, pero no me atreví al verla con un libro de un sujeto que se llamó Adam Smith, y diplomáticamente me preguntó qué se me ofrecía, pero preferí seguir de largo y buscar el libro por mi propia cuenta, lo que le pareció descortés y me imputó la falta de respeto. No dije nada, apenas un “Lo siento” ganándome su inquisitiva mirada. Llegué a un estante y encontré lo que buscaba, pero cuando me fui a sentar en una mesa, observé que otras ratas se volcaban en libros de religión y política. Me miraron con indiferencia, hasta que alguna leyó en la cubierta del libro que traía en las manos, de pronto, un susurro iba de oreja en oreja, incluso pude oír la cuestión “¿Un gato filósofo?” y el recelo me hizo aislarme en una cabina. A través del vidrio podía ver que me señalaban y me miraban de reojo, no puse atención, sólo me arroje sobre las páginas de mi lectura, me evadí en axiomas y argumentos sobre la vida y el amor, nada de verdad ni de justicia, tampoco de necesidades o deseos. Luego de tres horas allí recluido, me di cuenta de que los animales allí (comadrejas, lobos, un buitre y otras ratas, entre otros) dejaron de leer, en su lugar me observaron salir del cubículo y poner el libro donde lo saqué. De nuevo las habladurías llenaron el lugar, como un humo que delata el fuego, a lo que seguí impávido y lacónico, seguía preguntándome por mi amigo el ratón de biblioteca. Sólo hasta que salí, pude comprender lo que había pasado. El cándido ratón había sido trasladado a la biblioteca de la junta capital, la prensa había sido esclarecedora, los demás me veían como una amenaza, no porque fuera un gato negro, sino porque era un libre pensador, el alma de un león dentro de un azabache felino, ya que aquel ratón amigo me había postulado para el puesto de alcalde, que todos los demás se disputaban.

EL CASTILLO DE LOS PIRINEOS

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donde habito (salido de mis sueños)

MAIAA

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